Todos Los Cuentos by Gabriel Garcia Marquez

Todos Los Cuentos by Gabriel Garcia Marquez

Author:Gabriel Garcia Marquez
Format: epub
Tags: sf_history
Publisher: www.papyrefb2.net
Published: 2014-04-19T04:00:00+00:00


ROSAS ARTIFICIALES - 1962

Moviéndose a tientas en la penumbra del amanecer, Mina se puso el vestido sin mangas que la noche anterior había colgado junto a la cama, y revolvió el baúl en busca de las mangas postizas. Las buscó después en los clavos de las paredes y detrás de las puertas, procurando no hacer ruido para no despertar a la abuela ciega que dormía en el mismo cuarto. Pero cuando se acostumbró a la oscuridad, se dio cuenta de que la abuela se había levantado y fue a la cocina a preguntarle por las mangas.

- Están en el baño -dijo la ciega-. Las lavé ayer tarde.

Allí estaban, colgadas de un alambre con dos prendedores de madera. Todavía estaban húmedas. Mina volvió a la cocina y extendió las mangas sobre las piedras de la hornilla. Frente a ella, la ciega revolvía el café, fijas las pupilas muertas en el reborde de ladrillos del corredor, donde había una hilera de tiestos con hierbas medicinales.

- No vuelvas a coger mis cosas -dijo Mina-. En estos días no se puede contar con el sol.

La ciega movió el rostro hacia la voz.

- Se me había olvidado que era el primer viernes -dijo.

Después de comprobar con una aspiración profunda que ya estaba el café, retiró la olla del fogón.

- Pon un papel debajo, porque esas piedras están sucias -dijo.

Mina restregó el índice contra las piedras de la hornilla. Estaban sucias, pero de una costra de hollín apelmazado que no ensuciaría las mangas si no se frotaban contra las piedras.

- Si se ensucian tú eres la responsable -dijo.

La ciega se había servido una taza de café.

- Tienes rabia -dijo, rodando un asiento hacia el corredor-. Es sacrilegio comulgar cuando se tiene rabia. -Se sentó a tomar el café frente a las rosas del patio. Cuando sonó el tercer toque para misa, Mina retiró las mangas de la hornilla, y todavía estaban húmedas. Pero se las puso. El padre Ángel no le daría la comunión con un vestido de hombros descubiertos. No se lavó la cara. Se quitó con una toalla los restos del colorete, recogió en el cuarto el libro de oraciones y la mantilla, y salió a la calle. Un cuarto de hora después estaba de regreso.

- Vas a llegar después del Evangelio -dijo la ciega, sentada frente a las rosas del patio.

Mina pasó directamente hacia el excusado.

- No puedo ir a misa -dijo-. Las mangas están mojadas y toda mi ropa sin planchar. -Se sintió perseguida por una mirada clarividente.

- Primer viernes y no vas a misa -dijo la ciega.

De vuelta del excusado, Mina se sirvió una taza de café y se sentó contra el quicio de cal, junto a la ciega. Pero no pudo tomar el café.

- Tú tienes la culpa -murmuró, con un rencor sordo, sintiendo que se ahogaba en lágrimas.

- Estás llorando -exclamó la ciega.

Puso el tarro de regar junto a las macetas de orégano y salió al patio, repitiendo:

- Estás llorando.

Mina puso la taza en el suelo antes de incorporarse.

- Lloro de rabia -dijo.



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